Palabras de la directora

Un reencuentro casi fortuito con Déborah Kalmar, compañera de mis años de formación con su madre Patricia Stokoe, me convocó a pisar el territorio de la memoria: el estudio de danza de la calle Monroe, en Buenos Aires, tan cerca de mi casa paterna. Ese espacio, increíblemente, estaba intacto. ¿Cómo, cuarenta años después, ese piso de madera, ese ventanal, ese patio, aún se conservaban así? Ese registro corporal evocó experiencias fundantes de mi vocación por la danza y me provocó un deseo irresistible de sumergirme cinematográficamente en ese universo. De la mano de Déborah y otras compañeras de ruta que se fueron sumando, fui desandando el tiempo, siguiendo (como Ariadna) aquel hilo hacia el centro del laberinto. El viaje individual se hizo colectivo y Patricia, cual faro encendido, nos guio a través de bosques tupidos, vientos impiadosos y aguas azules.