Palabras de la directora
“Mi primera película «Lea y Mira» buscó indagar en la llama de la sabiduría y superación del dolor filmando a dos mujeres de más de 90 años que habían sobrevivido al Campo de Exterminio de Auschwitz. La temática me apasionaba, aunque también me parecía ajena, como si eso no tuviera que ver con mi familia.
Al filmar la película, atravesada por la barbarie de la Segunda Guerra, el nazismo y los campos de exterminio, comencé a interrogarme sobre cómo mis abuelos, alemanes que vivían en Berlín cuando Hitler asumió el poder, habían logrado escapar de Alemania y cómo, paso a paso, habían logrado reconstruir sus vidas.
Mis abuelos, de origen judío, habían emigrado cinco veces antes de llegar a la Argentina escapando de Europa. Hasta ese entonces conocía su historia como un episodio exótico, despojado de todo dolor; aunque siempre sentí una sombra oscura y densa sobrevolando mi vida, sin poder ponerla en palabras.
En el proceso de realización de la película, empecé a entender que mi hermana y yo éramos tercera generación de una familia que había logrado sobrevivir al Holocausto y que nuestro desconocimiento acerca de la historia de nuestros antepasados nos constituía en herederas de ese trauma.
Entre aquellos que han padecido un drama de esa magnitud no había palabras, no había recuerdos; el pasado era algo difuso y de lo que se evitaba hablar. El silencio era un refugio, la posibilidad de dejar atrás, olvidar. Por eso, tal vez mi madre y mis tías no hablaban de la historia de sus padres. Es por eso, tal vez también, que yo no conocía casi nada.
Hacer «La Casa de Wannsee», mi segunda película, significó abrir el telón de mi propia vida, lo borroso comenzaba a tomar sentido. Los sucesos del pasado repentinamente, se inscribían como un camino hacia adelante, lejos de ser anecdóticos y difusos.
Y es así como llegué a Mariette y a interesarme por su historia. Durante una de las presentaciones de «La Casa de Wannsee» alguien me dijo: “Tenés que conocer a una señora que hace poco empezó a hablar de un pasado oculto”.
Mariette Diamant tiene 90 años, vive en Buenos Aires y pertenece a la segunda generación, al igual que mi madre. Cuando tomé contacto con ella, me contó en voz muy baja su historia, encontrando todos los eufemismos que evitaban la palabra Holocausto, persecución, guerra y judíos.
Luego vino la pandemia y el confinamiento, pero también decenas de llamadas que se convirtieron para ella, de algún modo, en una confesión. Mariette intentaba expresar lo que había empezado a contar para un libro de testimonios de sobrevivientes y ahora, con la decisión de participar en una película, buscaba que sus hijos y amigos supieran su historia, que pudieran oírla. No quería morir, decía, sin sacarse este gran peso de encima; el del secreto que ella con los años iba descubriendo y que a su vez seguía perpetuando… El secreto que encerraba el trauma, la estigmatización y la necesidad de ser reconocida y aceptada.
De ese modo me transformé, quizás, no sólo en una escucha atenta, pero también en un hilo transmisor. Una cámara que al presentarse creaba una realidad que, más que registrarla, la producía. Al escuchar, al preguntar, al generar encuentros entre tres generaciones de una familia, ese silencio se llenaba de sentido. Aparecían las expresiones, los gestos, lo que se trataba de decir sin querer hacerlo. La escena salía a resquebrajar un status-quo denso y lleno de equívocos… Porque lo que no se dice, también encuentra su manera entreverada y padeciente de recostarse sobre nosotros.
Quizás este documental es testimonio de la reconstrucción de una memoria familiar enterrada y con su aparición, la magia del impacto en varias generaciones. Y al producirse, nos hace preguntarnos qué hacemos las personas con aquellos rastros que nos deja la vida de quienes nos precedieron, aunque evitemos mirarla.”