La revolución digital sacudió los cimientos sobre los que el cine funcionó durante más de 100 años. Las salas cambiaron sus proyectores analógicos por otros digitales, los laboratorios cerraron y las voluminosas copias de celuloide fueron a parar a containers y basurales, reemplazadas por pequeños discos de computadora.
En la casa en la que vive
Fernando Martín Peña los rollos fílmicos se amontonan por miles y cubren cada espacio del lugar. Coleccionista voraz desde su infancia, personaje central de la cinefilia argentina, Peña recolecta lo que otros tiran o abandonan y lo guarda en su casa, casi el único refugio posible para ese material: pese a décadas de luchas y reclamos, Argentina no posee institución oficial que se encargue de la conservación de su cine.