Palabras de la directora
“Cuando comencé a trabajar sobre esta historia, mi interés estaba puesto en la historia de Karina Miguel, la primera gitana abogada del país, que en tanto acto de deseo, rebelión y libertad, decidió romper con una serie de mandatos tradicionalistas y estudiar una carrera universitaria.
Pronto esa indagación me llevó a encontrarme con otros relatos y otras mujeres, que en su mirada del mundo abrigaban una manera de ser y estar, perteneciendo a una comunidad que las protege y las define. Una otredad con cierta radicalidad para una directora criolla con su propio set de valores, pero que a lo largo del diálogo, de los encuentros de palabra, se espeja, se ve reflejada y a su vez ese reflejo le provoca cuestionamientos, preguntas, dilemas.
¿Cuál es la flexibilidad, la maleabilidad de las identidades colectivas?
A pesar de que haya voluntad de cambio de las nuevas generaciones, hay algo que se transmite y resiste, esa herencia, aunque pueda pesar, también es un lugar de reconocimiento, y es también a su vez, un reservoreo de quienes son. A pesar de todo lo que les pesa a estas mujeres y les ha pesado en sus propias historias de vida, ellas siguen transmitiendo el legado, ¿por qué?
No es fácil afirmarse siendo parte de un colectivo identitario que cohesiona a través de una historia común. No para aquellos que no formamos parte de pueblos originarios o sociedades tradicionales. Soy hija de exiliados, nací en Suecia en el año 1979, fui una migrante apátrida los primeros años de mi vida. Siempre me ha resultado complejo distinguir los conceptos de nacionalidad, ciudadanía y patria en mi propia historia. No me ha sido fácil construir los puntos de afirmación y los anclajes de pertenencia. Y esta serie de diálogos con estas mujeres no solo ha provocado cosas en ellas, sino también en mí. No estamos exentos de ser parte de un conjunto de valores morales y éticos que nos atraviesan, y muchas veces confundimos estos valores como valores universales, hasta que nos encontramos con un otro que nos expresa que esos valores no son compartidos y ahí se abre un espacio de encuentro entre cosmovisiones, entre formas de ser y estar en el mundo.
Mi intención es que el espectador pueda experimentar ese encuentro, con esa palabra del otro que con toda legitimidad, emocionalidad, contradicción, y humanidad nos abre a su experiencia de ser y estar parados en el mundo con otros valores y experiencias vitales. Y me encontré con esos elementos de afirmación identitaria, de pertenencia, de ser parte de una historia común que las hace ser parte de algo mayor. La responsabilidad de cuidar el legado y el orgullo de hacerlo, atravesado por las contradicciones, las tensiones y la dificultad de ser una minoría en el marco de una sociedad mayoritaria no es fácil. Porque los cambios están allí, dando vueltas alrededor, como si el tiempo no diera tregua. Ellas saben que no se puede conservar el estado de las cosas siempre igual, y ven allí una oportunidad y un riesgo.
Mientras fui avanzando me encontré preguntándome a mí misma si es posible y hasta dónde esa maleabilidad de las identidades. O si eso que se siente que puja por cambiar, es indefectiblemente un escenario de pérdida.
En todo caso busco preguntarme sobre esto, hacer un viaje con el espectador para mirar sobre eso que les pasa, que también nos pasa. Experimentar la distancia y también la proximidad que existe entre quienes formamos parte de sociedades modernas y su valorización de la juventud, del futuro y el cambio y las sociedades tradicionales basadas en la raíz, en el pasado, en la historia común y como, de distintos modos, nos encontramos en el mismo tiempo, y de ese encuentro, sucede esta historia. Esta historia ocurre en esta familia y en esta comunidad. Y esto también nos ocurre a nosotros cada vez que intentamos mudar la piel.”