Nota del director / Motivación personal

Probablemente ningún propósito científico o económico –aunque tengan un papel determinante– logren explicar por qué motivo alguien, de pronto, se interna en lo desconocido aun a riesgo de su propia vida. O qué es lo que produce el desvelo de esos personajes por territorios desatendidos y olvidados como si eso mismo fuera, justamente, lo que los llama.

Siempre me interesaron estos personajes un tanto perdidos en su propio viaje y básicamente el instante en que la exploración ya no reconoce final sino solo un punto de partida. Un poco como las pasiones que solo se explican por sí mismas, el viaje es, en ese punto, un saber “inútil” pero que permite fantasear con un mundo a la medida de quien lo hace: se aleja de sus propósitos, “abandona” su objeto y se interna en uno nuevo inclasificable porque se va construyendo a medida que aparece con fuerza inusitada en quien lo hace. Es decir que desborda el simple movimiento de traslado y permite que los materiales que quedan de esas experiencias (en este caso la película o los diarios de la expedición) revelen una versión íntima e intransferible y que provoca una distorsión de los sentidos en su acercamiento a lo “real”.

En todas estas experiencias el punto de partida es una suerte de búsqueda impuesta, antes que por una verdad o un paisaje, por una necesidad mayor e interna que empuja a los viajeros hacia un destino que los trasciende (aunque no se lo mencione o incluso no resulte claro). En el momento de la partida, la premisa puede ser de orden espiritual (una peregrinación), científica o aventurera, incluso ociosa (la figura del turista). No obstante, detrás de ese mandato siempre se esconde algo más en el viajero. Imagino que cuando se les pregunta podrían contestar: “sé bien de lo que huyo, pero no lo que busco”. El viaje sería no tanto una cuestión de distancia geográfica como mental.

En su Diario de viaje a Italia, Michel de Montaigne decía que el viaje pone en juego nuestras propiedades predominantes: la inquietud y la irresolución. ¿Es posible experimentar algo parecido en la actualidad cuando estamos acostumbrados a que la industria del turismo y sus circuitos conviertan los destinos de viaje en lugares que no interpelan al viajero?

Tal vez este proyecto formoseño, al parecer tan alejado de mis propias geografías e historias cotidianas, me procure todo lo que en realidad me interesa: la posibilidad de una experiencia no solo con los hechos que intento retratar sino conmigo mismo, ese contacto que se revela cuando uno se ve reflejado de modos oscuros en realidades que parecen lejanas.

Y entonces me permito adelantar una conjetura: la experiencia del contingente sueco en Formosa proveniente de un país que no conozco y en una provincia que me es casi igualmente “desconocida”, terminará por resultarme un estímulo para acortar distancias.

Mirando con asombro las imágenes del film realizado por la expedición nórdica en los veinte me dije que tal vez hubiese allí una imagen medular de otra película (todavía) inexistente sobre la historia de la ocupación de nuestro “desierto”. Y cuyas imágenes y sonidos tal vez nos permitan hablar de otro país, en el que sabemos que vivimos a partir de nuestros antepasados –¿también extranjeros?– pero del que, cada vez más, reconocemos menos.