Palabras del director

“Hace 12 años que frecuento Ciudad Oculta por diversas razones. Lo que comenzó como un proyecto para documentar la formación de una joven murga (agrupación musical de carnaval del Rio de la Plata) llamada “Los locos no se ocultan”. Fue mucho de la amistad que se forjó, mezclada con las experiencias vividas en el barrio y en esa murga, lo que me llevaron a realizar esta película: es el resultado de un proceso colectivo desarrollado por más de una década.
Una de las particularidades de Ciudad Oculta proviene de ahí: la posibilidad de trabajar con un elenco y con parte del equipo técnico con los que me unen años de relaciones, vínculos afectivos y creativos me colocó ante una situación muy atípica para este tipo de películas: tenía la sensación de que la película ya existía previamente al rodaje, nuestro trabajo fue el recuerdo, la rememoración, incluso la reencarnación.

También fue el juego y la fantasía, porque la película se sostiene sobre pilares de la realidad a partir de los que se construye un mundo fantasmal, fragmentado y sensorial. Un mundo que comprende ciudades espejadas y la relación entre la vida y la muerte. Relación particularmente estrecha en las villas y en la juventud que las habita. El estado en Argentina asesina cada 20 horas a una persona, y son los jóvenes las principales víctimas de esa violencia y, por lo tanto, los únicos protagonistas de esta película.

El horror de la realidad nos llevaba a pensar en una película de terror, pero no son los elementos fantásticos de la película los que traen lo siniestro, sino lo terrorífico es eso que es bien real: las fuerzas del estado. En esta película no hay fantasmas vengativos sino amistades inmortales. Es el amor lo que trae el coraje, el cariño colectivo de un grupo de amigos que decide enfrentarse a los horrores de la realidad para cumplir un objetivo compartido.

La película si bien cuenta con un protagonista, es antes que nada la película de un grupo y de un sentir colectivo. Las fiestas religiosas, la murga y el carnaval, el barrio como comunidad, son todas instancias que acompañan al protagonista en su reconexión con el mundo que lo rodea. Jonás puede acusar ataques de pánico y un miedo profundo por la muerte, todos aspectos psicológicos de su estado, pero finalmente su principal conflicto es estar escindido de su comunidad.

Por eso la película es una película de rostros y manos, de pequeños detalles y acciones, donde la descripción exhaustiva del espacio no es importante: la película no retrata a la villa, ni se detiene en las condiciones socio-económicas de sus personajes, no busca mantener un verosímil con la realidad porque esta se cuela a la fuerza en ella. Confiamos en el artificio para develar aquello que se mantiene oculto, la música de lo imperceptible, de lo artificial, de lo imaginario, los colores vibrantes en la noche, la profunda caracterización de los personajes y la puesta en escena directa.

Hicimos una película anfibia, que habita dos mundos: la extravagancia y la sobriedad, el artificio y la realidad, lo grande y lo diminuto, la ficción y lo documental, el mundo de los vivos y el de los muertos. Lo hicimos con el afecto y el compromiso al que nos predispone más de una década de amistad, de creación y de trabajo. También sin nunca perder de vista lo que finalmente es la película, un berretín más.”