Declaración de la directora

No hay un solo día en el que no piense en cómo estamos volviéndonos más y más inmunes al absurdo.

En Brasil, escuchamos a nuestro presidente decir que preferiría tener un hijo muerto, que un hijo gay. Escuchamos al ejecutivo de la mayor compañía de seguros de salud diciendo que sus CEOs le ordenaron dejar morir a la gente durante la pandemia porque “la muerte es el alta hospitalaria”.

Crecí en el interior de San Pablo, Brasil, en una ciudad bastante cercana a Joanópolis, donde se desarrolla la película. Allí experimenté todo lo que una pequeña ciudad conservadora podría ofrecer: personas cuidándose entre ellas, familias unidas solo por el hecho de que “la familia debe permanecer
unida”, matrimonios donde las parejas casi se odian (pero como es vergonzoso estar soltero, viven bajo el lema “¡mantengamos el
statu quo!”). Y claro: puedes ser un asesino, pero por favor no seas gay.

Este ambiente bucólico pero a la vez lleno de acontecimientos me hizo una observadora de la naturaleza humana en su mejor y en su peor faceta. Y también, me volví admiradora de un áspero, duro y ácido sentido del
humor, el cual ayuda a retratar los mayores desastres humanos e idiosincrasias de una manera bastante particular.

Carbón es mi intento de entender cómo la violencia, la religión y la hipocresía han tomado el control de nuestras vidas y cuerpos de una manera que ya ni siquiera notamos.