Palabras del director

“Cambio cambio surge de caminar mucho tiempo por el microcentro porteño, un lugar donde confluyen turistas, casas de cambio, oficinas, bancos, toda la rosca característica que sucede en la calle y en los bares. En los ojos de la gente que camina por ahí puedo ver el sueño de “salvarse” en una economía que se/te detona. Y los jóvenes (los más afectados por esto) se encuentran en una situación de precariedad e incertidumbre: no llegaron a conocer los últimos años buenos de Argentina. 

En ese contexto se me ocurrió pensar una película que diera cuenta de todas estas cuestiones sin perder la ternura, el sentido del humor, la exploración formal de algunas obsesiones propias, sin que se vuelva una película de denuncia con un mensaje unívoco o utilizando a los personajes como meros esquemas de estereotipos. Me interesaba la figura del “arbolito” porque su trabajo está relacionado directamente con la realidad política y económica del país casi como ningún trabajo. La relación es directa. Y para filmarlos en su lugar de trabajo, había que captar documentalmente algo de esas calles del microcentro que tanto vibran. 

La circulación de gente es incesante y muy variada por la Peatonal Florida: todos los turistas que pasan por Buenos Aires y una cantidad enorme de oficinistas que trabajan en bancos, oficinas varias o incluso en el Estado. Eso hace que este lugar sea una oportunidad de negocios para quienes quieran comprar o vender dólares en el mercado negro. Todas esas transacciones se hacen en la calle, a viva voz, conformando una especie de corredor en el que se escucha a los arbolitos diciendo “cambio, cambio” sin interrupción durante cuatro o cinco cuadras. Es la economía informal, precarizada, al aire libre. Esto significa trabajar hoy en Argentina.

El método de filmación de la película tuvo mucho que ver con el documental y tuvo su parte de aventura. Los arbolitos y los vendedores ambulantes son los que “manejan” la Peatonal a su antojo, más allá de cualquier legalidad: tuvimos que negociar con ellos, elegir muy cuidadosamente los momentos y los lugares donde filmamos. Porque no queríamos dejar a nadie sin trabajar (nadie cambia si tiene una cámara apuntándole) y tampoco queríamos cortar la circulación de gente y el ecosistema que se arma. Así que la filmación fue casi a escondidas, un método ninja que hacía que algunos turistas le preguntaran a nuestros actores el valor del dólar. Esa relación con la calle también fortaleció el guión: muchas historias que me contaron esos días formaron parte luego de la película.

El dólar es una obsesión en este país. Su precio (que habla más del peso que del dólar) es un número público: a la mañana la gente ve el pronóstico para ver si sale con paraguas y ve el precio del dólar a ver cuánto vale su salario.Lo que me importa no es hacer un diagnóstico sobre la situación, sino utilizarla como base para la historia de la película. Las personas comunes, como los personajes de esta película, están a merced de lo que sucede por encima de ellos: tratan de tomar como pueden las curvas económicas del país. Y allí surgen vivezas, trampas, resistencias. 

En la investigación para esta película hablé con muchos “arbolitos”, que trabajan a comisión y que viven al día. Son el último eslabón, el más desprotegido de la cadena, y a la vez la cara visible de todo el sistema financiero paralelo. Cuando les preguntaba si sabían las razones de todos estos cambios económicos, la mayoría no sabía responderme con precisión: pareciera que el saber está reservado para los grandes jugadores, los financistas que especulan. Y ahí me surgió la pregunta: ¿Qué sucedería si ellos aprendieran sobre ese mundo particular en el que viven y usaran ese saber en su propio beneficio? Hacia el final de la película empieza a surgir lo que yo pienso como una utopía: la de los trabajadores precarizados que empiezan a investigar (y entender) su contexto y pueden actuar sobre él, siendo soberanos de su propio destino. 

Los personajes de Cambio cambio investigan sobre los vaivenes del dólar, sobre micro y macroeconomía, para hacer sus propios negocios con un capital modesto. Ese mundo que se les desplegaba inentendible, propio de economistas y gente entendida, se vuelve un espacio de acción. Y esto sólo puede suceder cuando se crean lazos comunitarios, que permitan reconocerse a unos y a otros como pares en el mundo del trabajo. Nadie se salva solo, o, como decía Leonardo Favio, no se puede ser feliz en soledad.”